BIBLIOGRAFIA. AMADO BONPLAND. III. (COSCLUYE.) Privado de su libertad, agredido en sus intereses, condenade al silencio y al aislamiento, el Sr. Bonpland halló en su estoicismo, consuelos y motivos para reir de los caprichos de la fortuna, comparando los dias pasados en la corte de la emperatriz Josefina, con su dependencia actual de un tirano oscuro del Paraguay. Resignado á su suerte, se puso á observar las producciones naturales del pequeño trecho que le habia sido designado. Dejarémos que él mismo refiera las demas ocupaciones que le ayudaron á pasar, sin privaciones, los nueve años de su cautiverio. “He pasado, escribia á un amigo á quien anunciaba su próxima llegada á Buenos Aires, una vida tan feliz, como es posible pasarla cuando un hombre se halla privado de toda relacion con su patria, su familia y sus amigos. El ejercicio de la medicina me ha servido como un medio de existencia, y como no exigia todo mi tiempo, me entregué, por gusto y necesidad, á la agricultura, en que he hallado muchos goces. Formé tambien una fabrica de aguardiente y de licores, y un taller de carpinteria y un aserradero, que suplian no solamente á las necesidades de mi establecimiente, sino que me procuraban algun lucro por los trabajos que me eran encomendados. De este modo habia adquirido una posicion cómoda y ventajosa. El dia 12 de Mayo de 1829, el delegado de Santiago me intimó la érden del director supremo de salir del Paraguay; &c.” VI. La libertad del Sr. Bonpland escitó en Europa un entusiasmo universal. Las circunstancias de su cautiverio, el lugar de su destierro, la persona de su agresor, todo contribuia á dar á su reaparicion el carácter de una vision fantástica. Haber vivido eu la dependencia de Francia, haber pasado tantos años en un país impenetrable como el de Paraguay; poder hablar de sus producciones, de sus habitantes y de sus costumbres, de su gobierno, eran títulos no comunes para despertar la curiosidad pública. Luis Felipe, que acababa de subir al trono, mandó órdenes á sus agentes, y al jefe de la estacion naval francesa en el rio de la Plata, de franquear al Sr. Bonpland todos jos auxilios que le fueren necesarios para regresar á sas hogares; y el Sr. Humboldt fué á anunciar al instituto de Francia la próxima llegada de su antiguo compañero y amigo, como un acontecimiento de que debian alegrarso todos los que cultivaban las ciencias. Estas muestras tan lisonjeras de aprecio; este homenage espontáneo de la parte mas culta y elevada de Europa, y el deseo tan natural en los hombres, de volver al seno de su familia, para olvidar las desgracias pasadas, no bastaron á decidir al Sr. Bonpland á cambiar los hábitos de una vida tranquila, con los doberes y la agitacion de una existencia mas acomodada. Hubiera hallado ciertamente en Paris, recuerdos, distinciones, comodidades; ni le hubieran faltado admiradores y aplausos: pero ¿cuántos sacrificios le hubieran costado estos goces? Un dia que nos hablaba con espansion de su propósito de no alejarse de estos parajes, nos decia: “Acostumbrado á vivir á la sombra de árboles seculares: á oír el canto de las aves que se anidan en sus ramas; á ver deslizarso á mis piés las aguas cristalinas de un arroyo, ¿con qué compensaria estas pérdidas en el barrio mas ruidoso y aristocrático de Paris? Encerrado en un desvan tendria que trabajar por cuenta de un librero que quisiera encargarse de la publicacion de mis obras, sin tener mas consuelo que ver brotar de cuando en cuando alguna rosa en la ventana de mi aposento! Perderia lo que mas aprecio—la compañía de las plantas con que me he criado.” Estas razones, muy poderosas en el ánimo de un naturalista, son las que han prolongado, por una resolucion voluntaria, el destierro que habia empezado por un acto violento. El Sr. Blonpland vive ahora en San Borja, el punto mas poblado de las antiguas misiones del Uruguay como vivia antes en su deportacion en tiempo de Francia, y nada nos parece arrancarlo al género de vida que ha adoptado, y de que se muestra muy contento. Su constitucion robusta le hace sobrellevar con gallardía el peso de los años, y su viva imaginacion lo alimenta con la esperanza de poder llevar al cabo grandes proyectos que revuelve en su mente siempre activa y ocupada. “De aquí á uno ó dos años” escribia hace poco á un amigo “podré ocuparme do una chaera, y hacer una gran plantacion de árboles para hermosearla. Cuando estará concluida mi choza, le convidaré á venir á pasar conmigo los últimos años que nos quedan. Estas ilusiones son envidiables. Lo que no lo es menos es la amistad que le conserva el Sr. Humboldt, una de las grandes ilustraciones de este siglo, que tantos nombres célebres lega á la historia. Hemos tenido en nuestro poder la carta que le ha escrito desde Berlin, para anunciarle su nombramiento de caballero de la órden real del Aguila Roja de Prusia: carta tan llena de cariño y aprecio, que imposible hubiera sido hallar palabras mas espresivas para acreditar estos sentimientos . Hé aquí la carta á que se refiere el Srde Angelis. Mi querido y tierno amigo. Aunque tenga muy poca esperanza que estos renglones y el libro que los acompaña (la hermosísima traduccion francesa de la nueva edicion de mis “tableaux de la Nature” lleguen á tus manos, procuro sin embargo, estando muy cerca de mi 84mo. aniversario, de darte una peqúeña señal de vida, lo que quiere decir, de amistad, de afectuosa adhesion, de viva gratitud. He sabido con gran placer, que te conservas en una feliz é inteligente actividad. Un americano que me es desconocido, Mr. John Torrey, profesor de botánica en Nueva-York, ha tenido la delicadeza de enviarme un tesoro: tu retrato en fotografía. He reconocido en él tus nobles facciones, alteradas, sin duda por la edad, pero tales como las he visto en la Esmeralda, en Tchilotepec, en la Malmaison. Tú has dejado [como en todas pertes] gratos recuerdos en Berlin, y he mostrado tu retrato á todos los que se interesan á tu nombre y á tus escelentes trabajos. Mi salud se sostiene por la asiduidad misma del trabajo El último [4.° tomo] del Cosmos, saldrá á luz en este invierno, tus importantes manuscritos botánicos, labrados durante nuestro viaje, se hallan depositados con mucho cuidado y muy completos, en el Museo de historia natural del jardin de las plantas, como propiedad tuya, de que puedes disponer. Te ruego de rodillas, querido Bonpland, que los dejes en Paris al jardin de las plantas, en donde tu non bre es venerado. Es un monumento de tu inmensa actividad. La muerte inesperada de Adriano de Jussieu, ha debido afligirte mucho. El rey de Prusia, hace 4 ó 5 años, te nombró caballero de su real órden del Aguila Roja. So anunció en todos los diarios; pero aun no habrás recibido la noticia oficial y la condecoracion. Sé tu catecismo filosófico; pero hemos creido que en tus relaciones con el Brasil [si las tienes], esto podria serte útil. No he vuelto á Paris despues de 1848. Las relaciones íntimas que he tenido con la señora duquesa de Orleaus me impiden presentarme á las Tullerías, así como el calor que me conoces por las instituciones libres. Nunca he sido de los que han podido creer que te dejarias tentar, mi querido y escelente amigo, por el aspecto de la Europa actual, de abandonar un clima magnífico, la vegetacion de los trópicos, y la feliz soledad en medio de aficiones domésticas que apruebo mucho. Tal vez estos renglones que confio á un jóven médico polaco [del nombre algo bárbaro, de Chrzescusky], quien va á Buenos-Aires, podrán llegarte. Quisiera ver tu escritura antes de mi muerte próxima. Todo tuyo, de corazon y de alma con la gratitud de un tierno amigo, y fiel compañero de trabajos. Alejandro Humboldt. Berlin, 1.° de Setiembre de 1853. El pobre Arago, casi ciego, se halla en el mas triste estado de salud. Sé que tú continúas, con el mismo ardor laudable, en aumentar tus inmensas colecciones. Ni la edad, ni el aislamiento han entibiado en el Sr. Bonpland su amor al estudio y á la contemplacion de la naturaleza. Cuando se hallaba privado de su libertad en el Paraguay, su única diversion era herborizar y recoger cristalizaciones, petrificaciones y minerales en los campos que lo rodeaban. Estos objetos que llenaban cerca de cincuenta cajones, fueron embarcados á bordo de un buque de guerra, y enviados á los museos de Paris, como certificado de vida del illustre naturalista. Ultimamente, el Sr. de Maillefer, encargado de negocios de Francia en Montevideo, recibió órden de su gobierno, de comunicar al Sr. Bonpland una lista de algunos árboles del Paraguay, que la comision de agricultura creía que podrian introducirse y aclimatarse en Argelia. El Sr. Bonpland que se hallaba accidentalmente en esta ciudad, llenó este encargo del modo mas satisfactorio. No se contentó con aumentar el número de las plantas, sino que á los nombres científicos agregó los que llevaban en el idioma guarant, acompañando estas noticias con las instrucciones necesarias para su mejor cultivo y conservacion, este trabajo ha merecido los mayores elogios de los que estaban en estado de apreciarlo. En su corta permanencia en Montevideo, el que escribe este artículo tuvo el gusto de volver á ver y abrazar á su antiguo y honorable amigo el Sr. Bonpland, despues de una larga separacion, de mas de veinte años: no dirémos que estos años hayan pasado impunemente sobre su cabeza, pero nos fué de suma consolacion el ver cuán pocos rastros habian dejado de su pasaje. Montevideo, 12 de Noviembre.—Pedro de Angelis.