EXTRACTO De las últimas cartas que el Baron Alexandro Humboldt escribió á su hermano, Residente de S. M. Prusiana en Roma. Se habian pasado muchos meses sin recibir cartas de Alexandro Humboldt, y lejos de saberse cosa alguna sobre sus ulteriores descubrimientos en América, habian llegado á España desde la Havana ciertos rumores melancólicos sobre su exîstencia. Se supo poco hace haber sido falsas estas nocicias, que contristáron á sus amigos y á los de las ciencias; y últimamente se acaba de confirmar esta verdad por las cartas que llegáron en los últimos correos. Tres ha recibido á un mismo tiempo el hermano de Humboldt, Residente de S. M. Prusiana en Roma; una de Quito, fecha en 13 de Enero; otra de Cuenca, escrita en 13 de Julio; y la última de 25 de Noviembre, de Lima, todas tres del año anterior 1802. Sábese por ellas que el célebre Viagero ha determinado regresar á Europa, y que espera llegar á la Coruña ó Cádiz por Agosto ó Setiembre de este año: en todas hay observaciones curiosas, que se propone extender y publicar en la historia de sus viages; pero deseando su hermano anticipar algunas, nos ha enviado el siguiente extracto para que lo publiquemos en nuestros Anales. Ya habrás sabido por mis cartas precedentes mi llegada á Quito, que verificamos atravesando las nieves de Quindiu y de Tolima. La cordillera de los Andes se compone de tres series ó ramales separados; y como en Santa Fe de Bogotá nos hallábamos sobre el mas oriental, fue preciso cruzar el mas alto para acercarnos á las costas del Sur. No hay otro recurso para transportar el bagage que los bueyes. Los que viajan se hacen llevar por ciertos naturales, llamados cargueros, que tienen una silla en las espaldas, y sobre esta se sienta el que viaja. Abrumados por el peso, y fatigados por la desigualdad del piso, andan al dia tres ó quatro horas, y ganan catorce duros en cinco ó seis semanas. La bondad del tiempo nos hizo preferir á este medio el viajar á pie, y en solos diez y siete dias atravesamos aquella soledad sin haber visto jamas el menor indicio de haber sido habitada: nos fue preciso dormir en chozas hechas de hojas de Heliconia, que traiamos de intento para este fin. Al baxar los Andes por la parte occidental se encuentran sitios pantanosos, donde se hunde uno hasta la rodilla; por desgracia se habia mudado el tiempo, y á la bonanza que habiamos experimentado en las alturas se siguiéron lluvias tan abundantes y contínuas, que pudriéron y destrozáron nuestras botas, quedando desnudos de pie y pierna. Así llegamos á Cartago fatigados y llenos de contusiones, pero ricos con la preciosa coleccion de vegetales que cogimos al paso, y con los dibuxos que hice de un gran número de ellos. De Cartago fuimos á Popayan por Buga, y atravesamos el delicioso valle por donde corre el rio Cauca, teniendo siempre á la vista la montaña del Chocó, y no lejos las minas de platina que se hallan en aquel distrito. Nos detuvimos en Popayan todo el mes de Noviembre de 1801 para visitar allí las montañas basálticas de Julusuito; las bocas del volcan de Purasé, que exhalan vapores de agua hidrosulfurosa, acompañados de un ruido espantoso; y los granitos porfiríticos de Pinche, que forman columnas de 5-7 ángulos, semejantes á las que me acuerdo haber visto en las montañas Euganéens de Italia, descritas por Arange. Penoso habia sido el camino hasta Popayan, pero nos faltaba aun lo mas arduo, que era el pasar á Quito por los páramos de Pasto en la estacion de lluvias, que ya habia principiado. Llámanse páramos en los Andes aquellos sitios en que á 1700 ó 2000 toesas de altura cesa toda vegetacion, y reyna un frio tan cruel, que penetra los huesos. Preferimos aquellas regiones destempladas para evitar los calores é insalubridad del valle de Patia, donde basta una sola noche para contraer rebeldes calenturas, que duran tres ó quatro meses, llamadas comunmente calenturas de Patia; por esto pues pasamos por lo mas alto de la cordillera y por espantosos precipicios desde Popayan hasta Almaguer, y desde aquí á Pasto, que yace al pie de un volcan terrible. En esta poblacion pasamos las fiestas de Navidad, y sus habitadores nos acogiéron con suma bondad y cordial afecto. No creo exîsta en todo el mundo cosa mas horrible que la entrada y la salida de esta pequeña villa. Vense entre sitios pantanosos espesos bosques casi impenetrables; se descubren barrancos tan profundos y estrechos, que se parecen á las galerías de una mina; y las mulas se hunden muchas veces hasta quedar inútiles. De aquí el verse los caminos cubiertos de huesos de caballerías que pereciéron, ó por el rigor del frio, ó por excesivas fatigas. Toda la provincia de Pasto, como igualmente las cercanías de Guachucal y de Tuqueres es un recinto helado, situado casi mas arriba de la línea donde pueden exîstir vegetales, y cercado de volcanes y de depósitos de azufre, que exhalan sin cesar humo espeso y abundante. Los infelices habitadores de aquellos desiertos no tienen mas alimento que patatas, y quando les falta este recurso, como en el año anterior, salen á buscar por los montes los troncos de un arbolito, llamado allí achupalla, que es la pourretia pitcarnia; pero como este mismo sea el único alimento que los osos de los Andes tienen en aquellos parages elevados, se exponen á combates para disputarles y arrancarles la subsistencia so pena de morir de hambre. Al norte del volcan de Pasto, y en el lugarcillo de Indios Voisaco, que se halla á 1370 toesas sobre el nivel del mar, descubrí un pórfido roxo de basa arcillosa, que contiene feldespato vidrioso, y un fósil, que tiene todas las propiedades de la serpentina de Fichtelgebirge. Tiene dicho pórfido polos bien marcados, pero no manifiesta fuerza alguna atractiva. Despues de estar mojados dia y noche por espacio de dos meses, y de habernos visto en inminente riesgo de ahogarnos cerca de la villa de Ibarra por la repentina inundacion que resultó de una tempestad; acompañada de un temblor de tierra, llegamos finalmente á Quito en 6 de Enero de 1802, donde el Marques de Selvaalegre nos habia preparado una hermosa habitacion, que reunia quantas comodidades se pudiesen apetecer en Lóndres ó en Paris. La ciudad de Quito es hermosa, pero su cielo triste y nebuloso; apenas verdean las montañas vecinas; y el frio es muy considerable. El horrible terremoto de 4 de Febrero, que trastornó todo el reyno, y mató en un instante de treínta á quarenta mil personas , fue funesto á los actuales habitadores, porque alteró de tal modo la temperatura del ayre, que el termómetro de Reaumur se ve casi siempre entre los grados 4-10, llegando rara vez al decimosexto ó decimoséptimo; quando en otro tiempo lo veia Bouguer sin alteracion á quince ó diez y seis grados. Desde aquella época desgraciada los terremotos son casi contínuos, y las conmociones violentas. Es muy probable que todas las alturas de la provincia formen un solo volcan, porque las montañas llamadas Cotopaxi y Pichincha son unas cimas, de cuyos cráteres salen conductos subterráneos, que van á parar á un mismo foco: esto se hizo por desgracia mas que verosímil en el mencionado terremoto; porque se abrió entonces la tierra por mil partes, apareciendo bocas antes desconocidas, que vomitáron azufre, agua y otras materias. A pesar de los horrores y riesgos con que la naturaleza de aquel suelo cerca y amenaza á los habitadores de Quito, reyna en ellos la alegría, la afabilidad, y una viveza peculiar; y en la ciudad entera el deleyte, el luxo, y un amor excesivo á la diversion. Así se acostumbra el hombre á dormir tranquilamente en el borde de un precipicio. Parece sobremanera exâgerado el número de muertos, porque consta por las relaciones jurídicas, enviadas entonces de oficio, que solamente pereciéron doce mil quinientas cincuenta y tres personas. Véase el segundo tomo de estos Anales pág. 103. Permanecimos en la provincia de Quito desde principios de Enero hasta el mes de Agosto, y empleamos este tiempo en visitar sus volcanes, exâminándolos sucesivamente, y deteniéndonos quince ó veinte dias en cada uno. De este modo hemos observado las cimas de Pichincha, Cotopaxi, Antisana é Iliniza, volviendo en los intervalos á Quito. Domina á esta ciudad el monte Pichincha, en cuya cima está el volcan. Dos veces llegué al borde de su cráter en 26 y 28 de Mayo, y no sé que nadie lo haya visitado sino la Condamine, el qual lo consiguió despues de haber empleado cinco ó seis dias en investigaciones infructuosas, porque carecia de instrumentos, y solamente permaneció allí doce ó quince minutos por el excesivo frio: yo llevé los necesarios para tomar las medidas que deseaba conocer, y recogí porcion de ayre para hacer su análisis. Hice mi primer viage acompañado de un solo Indio, y llegué al cráter por la misma banda que pisó la Condamine. Encontré el borde cubierto de nieve, y faltó poco para perecer, porque el Indio se vió repentinamente hundido hasta los pechos en una caverna, y conocimos que acabábamos de pasar por un puente de nieve helada. Vimos entonces con un horror difícil de explicar que á pocos pasos de distancia habia anchos y profundos agujeros, y que inadvertidamente pisábamos las bóvedas contiguas al cráter. Asustado entonces, mas no desanimado, mudé de determinacion. Del cerco del cráter, y como apoyados, por decirlo así, sobre el abismo, se levantan tres rocas puntiagudas sin nieve, porque los vapores que salen del volcan derriten sin cesar la que va cayendo. Animado del zelo que me inspiró la empresa, subí á una de las rocas, y encontré en su cumbre una peña, la que, asida por una extremidad al pico, y socabada por la otra, se avanzaba sobre aquel abismo á manera de balcon. Tenia solamente como doce pies de largo, con seis de ancho, y estaba en movimientos contínuos por los temblores y freqüentes conmociones, de las que contamos diez y ocho en menos de media hora. Sobre ella me establecí para hacer mis experiencias, y me tendí á la larga boca abaxo, sacando la cabeza para observar el fondo del cráter. La imaginacion mas viva podrá apenas figurarse un objeto mas lúgubre, triste y espantoso que el que teniamos á la vista. La boca del volcan formaba un agujero circular, de casi una legua de circunferencia, cuyos bordes cortados á pico se veian cubiertos de nieve en la parte alta; pero su interior de un negro obscuro. Es tan vasto el abismo encerrado, que parecia abrigar muchas montañas, cuyas cimas se distinguian, quedando las mas altas 300 toesas mas abaxo que nuestro observatorio. ¿A qué profundidad estarán sus bases? Me parece muy probable que el fondo del cráter se halle de nivel con la ciudad de Quito. Dos dias despues de haber visitado el volcan acompañado de un solo Indio, volví en compañía de mi amigo Bompland y de D. Cárlos de Montufar, hijo del Marques de Selvaalegre, provisto de mas instrumentos que en el primer viage, y medí el diámetro del cráter, que hallé ser de 754 toesas , y la altura de la montaña, que es de 2477. En el intervalo medio, entre mis dos viages al Pichincha, se sintió en Quito un fuerte terremoto, que el ignorante vulgo atribuyó á ciertos polvos que supuso habia yo arrojado en el volcan. El cráter del Vesuvio solamente tiene 312 toesas de diámetro. Humboldt. Quando la Condamine visitó este volcan lo encontró apagado, y su cráter cubierto de nieve: no así nosotros, pues lo vimos encendido; noticia fatal que comunicamos á los de Quito, porque estábamos ciertos á vista de las señales infalibles. Así es que al acercarnos á su boca casi nos sufocaban los vapores sulfúreos: veiamos correr por todas partes llamas azuladas, y á cada tercer minuto, con corta diferencia, sentiamos las fuertes conmociones que el terremoto imprimia al borde del cráter; conmociones que apenas se perciben á 100 toesas de distancia. Soy de parecer que el terremoto horrible de 1797 encendió de nuevo el fuego de Pichincha. Observado el Pichincha, quise hacer lo mismo en el volcan de Antisana: tuvimos en todo el viage un tiempo tan favorable, que subimos á la altura de 2773 toesas: baxó allí el barómetro hasta 14 pulgadas y 11 líneas; y la poca densidad del ayre en aquella elevada region nos reventó en sangre las encías y labios, saliéndonos tambien sangre por los ojos. Todos experimentamos una debilidad extrema, y uno de nosotros llegó á privarse. Por esto sin duda se miraba como imposible pasar mas allá de la cima, llamada el corazon, adonde llegó la Condamine, cuya altura es de 2470 toesas. El análisis del ayre que traximos de la mayor altura nos dió 0,008 de ácido carbónico, y 0,218 de gas oxîgeno. Visitamos tambien el volcan de Cotopaxi , pero no pudimos llegar á la boca del cráter. Se ha creido falsamente que esta montaña disminuyó de altura en el famoso terremoto de 1797. Este volcan hizo una nueva explosion en 6 de Enero de 1803. Véase la carta siguiente del Señor Humboldt. Salimos en fin de Quito en 9 de Junio de 1802 para recorrer la parte meridional de la provincia, con ánimo de exâminar y medir las famosas montañas llamadas Chimborazo y Tunguragua, y de levantar el plano del distrito que arruinó y desfiguró la mencionada catástrofe . Conseguimos subir hasta 250 toesas ántes de llegar á la cumbre del Chimborazo, caminando sobre una cadena de rocas volcánicas sin nieve, y nos hallábamos á 3031 toesas sobre el nivel del mar. Sentimos allí la misma desazon que tanto nos incomodó en la cima de Antisana, desazon que nos duró dos ó tres dias despues de haber baxado á las llanuras, y que provino ciertamente de la poca densidad que el ayre tiene en aquella region, cuyo análisis solamente nos dió veinte centésimos de oxîgeno. Los Indios que venian en nuestra compañía nos abandonáron mucho antes de llegar á aquella altura, y decian que teniamos ánimo de matarlos. Solos llegamos á ella Bompland, Cárlos de Montufar, yo y uno de mis criados, que traia parte de los instrumentos. Es preciso confesar que nuestra situacion era lúgubre y espantosa. Estábamos envueltos en una densa niebla, que de quando en quando dexaba algunos claros para hacernos ver y casi tocar los horribles abismos que nos rodeaban por todas partes. Ningun viviente animaba á aquel recinto; hasta el Condor, que volaba sobre nuestras cabezas en Antisana, detestaba al parecer aquella masa colosal, puesto que no lo pudimos ver ni una vez siquiera. No habia mas cuerpos orgánicos que algunos musgos, y estos solos nos recordaban que exîstiamos aun en un suelo habitado. Por fortuna se presentó allí un obstáculo insuperable, una profunda abertura que no pudimos atravesar. Ella puso término á nuestras investigaciones, é hizo vanos los vivos deseos que teniamos de llegar á la cumbre. Forzados á baxar empezó á nevar con tanta fuerza, que apenas nos podiamos divisar: redobló entonces el crudo frio, y como no teniamos abrigo proporcionado para defendernos, padecimos todos sobremanera, y yo con especialidad, porque tenia un pie ulcerado de una caida que habia dado algunos dias antes, de manera que á cada paso tropezaba con las piedras agudas sembradas en la cuesta; sentia dolores intensos, y me veia forzado á calcular, por decirlo así, los puntos que debia pisar. Véase la Memoria impresa en el 2.° tomo de estos Anales sobre el terremoto de 1797. La Condamine halló la altura del Chimborazo de cerca de 3217 toesas; pero las medidas trigonométricas que he tomado en dos ocasiones diversas, y que las creo exâctas, me han dado 3267. Este enorme coloso, como igualmente todas las montañas elevadas de los Andes, son de pórfido, y no de granito, desde la raiz hasta la cumbre; pórfido que tiene hasta 1900 toesas de espesor. Es casi verosímil que el Chimborazo, como tambien el Pichincha y Antisana, sean de naturaleza volcánica. La cadena de peñas que pisamos al subir á la altura indicada del Chimborazo, se compone de rocas quemadas y escoriadas, con mezcla de piedra pomes, parecidas á todos los rios de lavas del pais; y dicha cadena seguia aun hácia la cumbre en el sitio donde fue preciso interrumpir nuestras investigaciones. Así pues es muy posible, y aun probable, que la cima sea el cráter de un volcan apagado; y en tal caso, ¿qué ideas tan fúnebres debe excitar esta sola probabilidad en los habitantes de la comarca? Porque si por desgracia se volviese á encender este volcan, bastaria él solo por su enorme masa para desquiciar y arruinar toda la provincia. El Tunguragua perdió cerca de 100 toesas de altura en la catástrofe de 1797. No solamente lo aseguran testigos oculares, que viéron se disminuia durante el terremoto, sino que lo confirma la comparacion de las medidas; porque Bouguer le dió 2620 toesas, y yo lo he hallado de 2531. Con motivo de reconocer el suelo trastornado en la memorable época de 1797, fuimos á Riobamba, donde se hallaba de Corregidor el hermano de D. Cárlos de Montufar: nos detuvimos allí algunas semanas, y la casualidad nos proporcionó un descubrimiento curioso. Se ignora enteramente qual fue el estado de Quito antes de conquistarlo el Inca Tupayupangi, lo que se verificó en 1470; pero el Xefe de aquellos Indios Leandro Zapla, hombre de una instruccion qual no se debia esperar de un Indio, y que vive en Lican, conserva ciertos códices hechos por uno de sus antepasados del siglo xvi, y en ellos la historia de aquel tiempo. Estan escritos en lengua purugay, que era en otro tiempo la general de Quito, y está olvidada hoy dia, por haberse introducido la del Inca ó Quichua. Por fortuna uno de los abuelos de Zapla se ocupó en traducir al castellano aquellos manuscritos, en cuya traduccion hallé noticias preciosas, especialmente sobre la memorable época de la erupcion de la montaña conocida con el nombre Nevado del altar, que debió ser la mas alta del mundo, y mucho mayor que el Chimborazo, y por lo mismo llamada por los Indios Capaurcu, esto es, Xefe de las montañas. Reynaba á la sazon en Lican Huainia-Abomatha, último Cochocando (Rey), independieme del pais. A este le anunciáron los sacetdotes que aquella gran catástrofe era el fatal presagio de su ruina. La haz del universo, le decian, va á mudarse: nuevos dioses destronarán á los nuestros: no nos opongamos á los decretos del hado. En efecto, los Peruanos victoriosos introduxéron el culto del sol en el reyno conquistado. La erupcion del volcan duró siere años, y segun refiere el manuscrito de Zapla fue tan copiosa la lluvia de cenizas en Lican, que los siete años formáron una sola noche sin interrupcion. Puede ser exâgerada la historia, mas no excesivamente, porque hoy dia es incalculable la cantidad de materias volcánicas que existen en la llanura de Tapia al rededor del antiguo coloso desmoronado y destruido en aquella época; y ademas no podemos dudar que el Cotopaxi ha producido en Quito muchas veces tinieblas por espacio de quince ó de diez y ocho horas. Los manuscritos, las tradiciones que he recogido en Parima, y y los hieroglíficos que vi en el desierto de Casiquiare, donde no queda el menor vestigio de la especie humana; todo esto, reunido á las noticias que debemos á Clavigero sobre la emigracion de los Mexicanos hácia la parte meridional de la América, me hacen concebir ciertas ideas sobre el orígen de estos pueblos, que procuraré aclarar y desenvolver quando me lo permitan mis ocupaciones. Me he dedicado con esmero al estudio de las lenguas americanas, y he visto ser falsa el aserto de la Condamine, que las calificó de pobres. La de los Caribes, por exemplo, es rica, hermosa, culta y enérgica; tiene expresiones con que manifiesta las ideas abstractas, como posteridad, eternidad, exîstencia &c.; y los signos numéricos bastan para expresar todas las combinaciones posibles de las cifras. Mi principal cuidado se dirige á la lengua inca, usada hoy dia en las tertulias del pais: es tan rica en expresiones finas y variadas, que quando los jóvenes han apurado las mas tiernas y lisonjeras de la castellana, echan mano de les incas para conciliarse el afecto de las señoras. Estas dos lenguas, y algunas otras igualmente ricas, bastan para demostrar que la América tuvo en otros tiempos mas cultura é instruccion que la que halláron los Españoles en 1492. Tengo ademas de esta otras pruebas poderosas. Sabian los sacerdotes de México y del Perú, como tambien los de la corte del Rey de Bogotá (cuya historia se ignora en Europa, y cuya mitologia y tradiciones fabulosas tienen mucho interes); sabian, digo, tirar una meridiana, y observar el momento del solsticio; sabian reducir el año lunar al solar por medio de intercalaciones; y yo tengo en mi poder una piedra heptágona hallada cerca de Santa Fe, de la qual se servian para calcular los dias intercalares. En fin, y esto es mas notable, hasta en Enrevato, situado en lo interior de Parima, creen los salvages que la luna está habitada por hombres; y saben tambien por tradicion que la luz proviene del sol. Desde Riobamba me encaminé hácia Cuenca por el famoso páramo de Asuay, despues de visitar la conocida mina de azufre de Tistan. Los Indios, rebelados en 1797 despues del terremoto, quisiéron incendiar aquella montaña de azufre; proyecto el mas desesperado que se haya podido imaginar, porque formando así un nuevo volcan, como ellos creian, pondrian en combustion, y arruinarian enteramente la provincia de Alausi. En lo mas alto del páramo de Asuay, esto es, á 2300 toesas sobre el nivel del mar, exîsten las ruinas del magnífico camino del Inca, que se extendia casi hasta Cusco, bien alineado, y hecho de sillares labrados, en nada inferior á los mejores caminos romanos. Tambien se ven en aquellas cercanías las ruinas del palacio del Inca Tupayupangi, descritas por la Condamine en las memorias de la Academia de Berlin. Aun se ven muchas piedras medio labradas en la misma cantera de donde se sacáron otras. No sé si la Condamine habló tambien del pretendido villar del Inca, llamado por los actuales Indios Incachungana, como si dixeran el juego del Inca: á pesar de este nombre dudo que jamas haya servido aquel sitio para el destino que el vulgo le supone. Se reduce á un canapé labrado en la misma peña, en cuyos adornos, en forma de arabescos, se cree que corriese la bola. Lo cierto es que este monumento indica el buen gusto del Inca, y que con dificultad se hallará otra pieza tan graciosa en nuestros jardines ingleses, puesto que el asiento proporciona una vista deliciosa. No lejos de allí se ve en un bosque una mancha redonda de hierro amarillo en una arenisca, que adornáron con varias figures los Peruanos, porque la creyéron ser la imágen del sol. La tengo dibuxada. Nos detuvimos en Cuenca solamente diez dias, y llegamos últimamente á Lima en 23 de Octubre de 1802, habiendo atravesado la provincia de Jaen, en la qual y en las cercanías del rio de las Amazonas empleamos un mes. Mi ánimo es el llegar á Acapulco en todo el mes de Diciembre, y despues á México, de donde pasaré á la Havana en el de Mayo de 1803 , para embarcarme sin perder tiempo para España. He abandonado la idea que tenia de volver á Europa por Filipinas, porque me forzaba á atravesar inmensos mares sin mas recompensa que el ver á Manila y el Cabo de Buena- Esperanza, porque desviándome mas para observar las Indias orientales, no hubiese tenido los medios necesarios, que no podia procurarme en esta parte del mundo. Ha diferido su vuelta hasta el año de 1804, como mo avisa en la carta siguiente.